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Recordando al maestro

Carlos Pellicer


Un grupo de escritores y artistas mexicanos fuimos, en el
verano de 1937, a España, durante la guerra, para demostrar
nuestra simpatía y respeto al gobierno de la República.
Padecimos los bombardeos de Franco el traidor que asesinó al
pueblo español en la persona de Federico García Lorca, joven
poeta de genio. Al regresar a México, en la tercera clase de
un barco francés, el maestro Silvestre Revueltas, que formaba
parte del grupo, me preguntó si no tenía yo a la mano un
libro mío. Sí lo tenía. Era un ejemplar de Hora de junio, de
reciente publicación; se lo regalé, y poco después de nuestro
regreso me telefoneó un día para decirme que había compuesto
una obra para pequeña orquesta inspirada en tres sonetos que
mucho le gustaron de ese libro. Está considerada, para
alegría y honor mío, como una de sus obras más importantes;
se leen los tres sonetos alternando en forma irregular con la
orquesta. Hace algunos años invitaron al maestro Limantour a
presentar una obra mexicana en la Sala de Música del Museo de
Arte Moderno de New York y escogió esta obra de Revueltas. Yo



 

fui el lector. La obra mereció los mayores elogios de los
críticos especializados.
Silvestre Revueltas es uno de los más grandes músicos de
nuestra América.

Uno de los tres sonetos dice así:

Era mi corazón piedra de río
que sin saber por qué, daba el remanso.
Era el niño del agua, era el descanso
de hojas y nubes y brillante frío
.

Alguien algo movió, y se alzó el río.
¡Lástima de aquel hondo siempre manso!
Y la piedra lavada y el remanso
liáronse en sombras de esplendor sombrío
.

Para mirar el cielo, qué trabajos
sufren los ojos turbios, siempre bajos.
¿Serán estrellas o huellas de estrellas?


 
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