Foro Virtual Silvestre Revueltas
   
 
 
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contra la fosilización, el cretinismo y la estrechez
provinciana y académica de la música en México. Su lucha
corría parejas con la de los pintores, que a su vez echaban
de su ronco pecho, aterrorizando a la timorata burguesía con
el genial embadurnamiento de los muros que pintaban. Entre
ellos estaba siempre inquieto, irreductible, audaz, con sus
colores prodigiosos, Fermín Revueltas, que podría haber sido,
de alcanzarle la vida, ese otro de los grandes de la pintura
mexicana (y lo digo no por tratarse de mi hermano, sino
porque son precisamente esos "grandes" los primeros en
reconocerlo). Así, mientras los pintores editaban la revista
30-31 y fijaban proclamas en las calles, Revueltas y Chávez
tocaban a Schoenberg, a Höenneger, a Milhaud, en los teatros
Fábregas y Arbeu y las patadas en el piso, de un público
furioso, constituían entonces el mejor aplauso y el más
indiscutible testimonio del triunfo.

Lástima que la amistad de Silvestre y Chávez -"músico de
acero" lo llamaba Silvestre-, no haya podido conservarse
inalterable, a causa de las intrigas y maledicencias que



 

terminaron por separarlos. Pero en todo caso, de esto no fue
culpable Silvestre, estoy seguro.

Silvestre nos llegó de los Estados Unidos con unas barbas
pavorosas, que le ocultaban la mitad del rostro y hacían
pensar a las gentes, asustadas, que quizá se tratase de algún
bolchevique que habría venido a México para desquiciar la
sociedad y subvertir las buenas costumbres. Sin embargo,
aquellas barbas no tenían otra misión que la de ocultar las
tremendas cicatrices que Silvestre llevaba en el rostro,
resultado de algún trágico encuentro, sobre el que ningún
miembro de la familia, empero, tuvo la indelicadeza de hacer
a Silvestre la menor pregunta, ni mucho menos realizar la más
insignificante indagación por otros rumbos.

A mis oídos ha llegado, no obstante, y sin proponérmelo, una
versión extraordinaria sobre la forma en que a Silvestre le
fueron causadas tales heridas, versión que no me resisto a
relatar. Puede ser mentira o verdad, pero no importa. Los
acontecimientos están a la altura de Silvestre, y si no
fueron ciertos, merecerían serlo de todos modos.

 
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