llevarse a cabo en el anfiteatro de
la preparatoria, con el
acompañamiento al piano de Francisco
Agea.
Llegó el día del concierto y acudimos al anfiteatro toda
la
familia, desde los padres hasta el último de los hijos. La
cosa,
sin embargo, parece que resultó un tanto sorprendente.
Fuera
de tres o cuatro amigos -entre ellos, sin duda,
Ricardo Ortega, el
impar y devoto amigo de Silvestre- y la
familia, que con ser tan
numerosa, no era lo suficiente, sin
embargo, para ocupar la totalidad
de las localidades, no
había ningún otro público en el anfiteatro.
Mi papá tosía
contrariado y ahora me imagino que temeroso, por el
efecto
deprimente que aquello pudiera causar sobre Silvestre.
Pero
cuando menos lo esperaba nadie, aparece Silvestre en la
escena,
el violín bajo el brazo, ignorando deliberada y
olímpicamente la
ausencia de público, y con pasos resueltos,
llenos de victorioso
orgullo y seguridad, se dirige al
proscenio, desde donde hace una
rígida, austera reverencia...
en dirección de su familia. Luego se
vuelve hacia el piano,
ante el cual ya se encuentra Agea, se coloca el
violín bajo