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lo ha hecho siempre, bajo la tempestad de sus dudas
invencibles, hasta el último día de sus días.

Silvestre es como un golpe de viento, como una racha de vida
asaltada a continuo por los tumultos del alma. Su biografía
carece de grandes aventuras, de hazañas. Lo hazañoso de su
existencia se dirime en él pensamiento, en el ámbito de su
espíritu creador, que es el sitio donde Silvestre libra sus
combates, unas veces vencedor y otras vencido, insatisfecho y
triste siempre, irremediablemente solo y demasiado orgulloso,
por lo demás, para pedir que nadie comparta con él su altivo
aislamiento.

Por eso su figura física -de apariencia tan poco espiritual,
cuando menos a primera vista-, nos resulta un tanto
contradictoria y como no del todo lo suficientemente
"delicada", para conciliarse con un temperamento artístico
tan hipersensible como el suyo.

El cuerpo robusto, la melena aborrascada -no se liga cuando
usó aquella barba feroz-, los ademanes impetuosos y



 

violentos, hacían pensar, aparte otras imágenes, en la de
algún jefe de bandidos (es curioso que en sus notas
biográficas confiese que hubiera querido ser santo o
bandido). Esta figura hacía que mi madre, al verlo llegar los
domingos, cuando cruzaba el jardincillo de la casa para venir
a su encuentro, lo anunciara siempre con la expresión más
certera que haya jamás yo escuchado, para retratar a
Silvestre de un solo trazo maestro:

"¡Pero si ahí está ya el ciclón de tu hermano!"

Un ciclón, nada menos que un ciclón era para mi madre su
hijo Silvestre. ¿Y quién puede negar que Silvestre llevaba
por dentro ese ciclón de su vida insobornable?

Me viene en estos momentos a la memoria un recuerdo infantil
que tengo de Silvestre y que me causó una impresión muy viva.
Entiendo que, por aquel entonces, Silvestre estaba recién
venido de los Estados Unidos y preparaba, creo, su concierto
de presentación en México, como violinista, que debiera

 
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