Son cartas de un adolescente,
sí, pero al mismo tiempo son
algo más que las simples cartas de un
adolescente. Entre sus
exaltadas líneas románticas se filtran, a
veces,
preocupaciones que ya son mas hondas y verdaderas, que ya
no
indican tan sólo la obligada crisis de crecimiento en un
joven de
sensibilidad fina e impresionable, sino la certeza
de una
premonición como ésta de saberse destinado a "soñar
con otra vida que no
existe", y que será, en fin de cuentas,
el conflicto crucial donde
Silvestre se despedace sin cesar,
a lo largo de su vida
entera.
La crisis juvenil de Silvestre -y ya no saldrá jamás de
ella-,
llega a tomar caracteres muy graves, durante su
estancia en la
ciudad de México, a los diecisiete años.
Entonces pide a sus padres, con
acentos de verdadera angustia
-ahora, en rigor, el sufrimiento es
auténtico, apremiante- le
permitan abandonar la capital y volver a
la provincia, donde
espera "descansar de (su) fatiga moral". La
carta en que
Silvestre dice esto, resulta muy elocuente también por
cuanto
a la vigilancia y al cuidado, en verdad lleno de cariño
y
amorosa preocupación de parte de mis padres, hacia el