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realidad, al ver mis sueños desbaratados, me dan ganas de
llorar, de morirme... ¡Perdóname!, mamacita, perdóname, son
locuras, locuras que sólo a ustedes, comunico, porque sólo
ustedes me comprenden, los demás se reirían y, ¿sabes?,
siento a veces desprecio por el mundo imbécil, pero después
me digo, ¿tiene el mundo la culpa de no ser loco, también,
como yo...?

Ésta es la carta clásica del adolescente que empieza a
sentir ya esa que lo separa del mundo. Pero ¿en realidad
estas confidencias están dirigidas a mi madre, u obedecen,
mejor, a una imperiosa necesidad de expresarse, de escucharse
a sí mismo en voz alta, y con esto dar forma objetiva al
sufrimiento, o si se quiere, gozarse en que se sufre más de
lo que se había pensado? Es muy posible que se trate más bien
de lo segundo, y así lo inducen a conjeturar otras cartas de
la misma época, en una de las cuales Silvestre llega a
calificarse, con entonación desesperada, como "un pobre
hombre, cuyo mayor mal, es y será soñar con otra vida que no
existe".



 

Son cartas de un adolescente, sí, pero al mismo tiempo son
algo más que las simples cartas de un adolescente. Entre sus
exaltadas líneas románticas se filtran, a veces,
preocupaciones que ya son mas hondas y verdaderas, que ya no
indican tan sólo la obligada crisis de crecimiento en un
joven de sensibilidad fina e impresionable, sino la certeza
de una premonición como ésta de saberse destinado a "soñar
con otra vida que no existe", y que será, en fin de cuentas,
el conflicto crucial donde Silvestre se despedace sin cesar,
a lo largo de su vida entera.

La crisis juvenil de Silvestre -y ya no saldrá jamás de
ella-, llega a tomar caracteres muy graves, durante su
estancia en la ciudad de México, a los diecisiete años.
Entonces pide a sus padres, con acentos de verdadera angustia
-ahora, en rigor, el sufrimiento es auténtico, apremiante- le
permitan abandonar la capital y volver a la provincia, donde
espera "descansar de (su) fatiga moral". La carta en que
Silvestre dice esto, resulta muy elocuente también por cuanto
a la vigilancia y al cuidado, en verdad lleno de cariño y
amorosa preocupación de parte de mis padres, hacia el

 
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