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creo como siempre te lo he dicho, mas noble de corazón y más
amante de su familia y creo que será más fácil asimilarnos su
cariño. El de Silvestre creo que muy pronto nos lo robarán,
esto es, si ya no nos lo han robado, pues como todo hombre
vanidoso tiene el defecto de dejarse llevar más fácilmente de
los que lo adulan, que de los que lo censuran [...]

Hasta aquí la carta de mi padre, cuyos juicios sobre el
carácter de Silvestre parecen tan severos a primera vista.

Pero mi padre, en realidad, no se equivocaba. Lo que ocurre
es que, en la infancia, los rasgos de la futura personalidad
aparecen siempre bajo denominaciones diferentes a las que
tendrán esos mismos rasgos cuando la personalidad ya esté
definida y establecida de un modo completo. No es difícil
traducir estas denominaciones con que aparece el carácter de
Silvestre a los once años, al lenguaje con que se manifiestan
en el Silvestre de la edad adulta.

Hay en el Silvestre de nuestros días esta "apariencia de
mansedumbre" y esta tendencia a ser "voluntarioso y



 

dominante", a más de vanidoso "por naturaleza", sí. Pero todo
esto tiene ahora otro nombre, otra dimensión, y corresponde a
una forma distinta de vivir y reaccionar ante la vida. Ahora
ya sabemos lo que significaba esa "apariencia de mansedumbre"
de Silvestre. Se la hemos visto muchas veces, cuando se
encerraba en sí mismo, callado, ajeno, rotas ya sus
comunicaciones con el mundo exterior, deseoso de que nadie
perturba a su ensimismamiento ni ese diálogo interno en el
que estaría tan ardiente, tan angustiosamente empeñado. Por
fuera, en efecto, esto, podría tomarse por mansedumbre, y
tratándose de un niño de once años, por una simulación
tendiente a ocultar el impulso "voluntarioso y dominante" de
su espíritu. Pero lo que ocurría a los once años de edad, era
lo mismo que seguiría ocurriendo, después, a lo largo de la
vida entera: Silvestre sólo estaba escuchándose por dentro,
por debajo de su propia piel, nadie sino él podía percibir lo
que escuchaba, ni mucho menos comprenderlo, aun cuando
llegara también a oír aquellas cosas en las que Silvestre se
abstraía con la totalidad absoluta de su ser.

 
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