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otro, pintor? Evidentemente ellos mismos: el músico y el
pintor, antes aun de que nacieran, antes aun concebidos.
Desde aquel tiempo, establecidas en la orgánica habitación
maternal como dentro de una antesala milagrosa, sus voces ya
aguardaban el advenimiento de la vida que habría de
formularles. Eran apenas la prefiguración de ellos mismos,
pero ya el sueño los había hecho realidad, les había dado
existencia.

Ahí estaban; ahí estaba la voz de Silvestre, que pedía nacer
ya desde entonces, cuando mi madre contemplaba sus ásperas
montañas de San Andrés. Era el esquema prenatal de un
Silvestre que avanzaba en las sombras, de un Silvestre que se
invocaba a sí mismo, dándose apenas el nombre de deseo y que
nacería más tarde, pero antes siquiera de que una madre lo
alumbrara, en el amor de sus padres, en el extraño material
del espíritu de que estaría formado el primer beso de sus
padres. La anunciación había sido hecha aquel día en aquella
hora en que una joven mujer, ante el paisaje de su tierra,
había lanzado un terrible y sagrado reto al destino.



 

Era la forma en que Silvestre enviaba sus primeras señales,
el presentido rumor de su música primera.
Esta violenta y decidida predestinación debía seguirse
manifestando, desde los años más tempranos, en la vida y en
el modo de ser de Silvestre. Hay una carta de mi padre,
cuando Silvestre tenía once años de edad, que resulta
particularmente significativa a este respecto. Copio un
fragmento de esta carta, dirigida a mi madre el 20 de mayo de
1911 (Silvestre nació el 31 de diciembre de 1899):

[...] por ahora cuida de tus hijitos con la ternura que
hasta hoy lo has hecho, sin dejar por ello de ser enérgica,
sobre todo con los hombres y más aún con Silvestre, que bajo
su apariencia de mansedumbre tengo la creencia de que
encierra un carácter voluntarioso y dominante que en él. Su
carrera o más bien dicho, su inclinación por la música, es
como todas las cosas, un bien y quizá también un mal, pues se
presta mucho a la adulación y él es por naturaleza vanidoso y
éste es el punto que debemos tocar y hacer todo el esfuerzo
posible porque desaparezca, y si no se puede, culpa será del
destino y no nuestra; a Fermín, no obstante su carácter, lo

 
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