más inaparentes y mejor
apreciadas por la gente de buenas
costumbres, mientras hay alguien
que escribe música.
Mientras hay alguien que compone esa música, que
aún será
escuchada -y no para charlar, ténganlo por seguro-,
mucho
tiempo después que ni de ustedes, ni de sus hijos, ni de
la
descendencia de éstos, se guarde ya la más insignificante
memoria en
sitio alguno.
Justamente por, ser Silvestre tan violento y
apasionado
antifilisteo, es preciso dejar establecido, con
claridad
absoluta, que tampoco era de aquellos que con toda su
sana,
retorcida y turbia intención, presumen de pasar inadvertidos,
y se
colocan, con caras compungidas -pero a voz en cuello-,
en los segundos
planos, alimentando la inconfesada esperanza
de que se les llame, un
día con otro, a reparar la imaginaria
injusticia de que se habrá
hecho víctima a su secretísimo y
escondido talento.
Del
mismo modo que los otros, los impostores de la grandeza,
a Silvestre le
repugnaban estos lamentables pordioseros, los
impostores de la
pequeñez y la penuria intelectuales, los