Silvestre,
prescindiendo de su carácter, y de su rebeldía tan
empecinadamente
contraria a toda clase de convenciones.
No; no es que Silvestre se
menospreciara a sí mismo, ni a su
arte, como lo pretendía Kleiber
-que no lo conoció en
persona-. Todo lo contrario.
Lo
verdaderamente cierto es que el nombre de
Música para
charlar
estaba destinado por Silvestre a los que tienen oídos
y no oyen. Era
una manera orgullosa y divertida de mandar al
diablo a los
timoratos, a los pobres de espíritu, a los
críticos adocenados y
orgánicamente malignos e inútiles, a
los indiferentes, a todos los resentidos
e infecundos de
ayer, de hoy y de pasado mañana.
Como si
les dijera a todos ellos: perfectamente, señores;
ustedes pueden
charlar, ustedes pueden volverse de espaldas,
ustedes pueden seguir
ocupándose de sus trampas literarias y
artísticas, y vivir
entregados al empeño de satisfacer sus
pequeños rencores y
orquestar
sus inteligentes maniobras;
pueden seguir prostituyéndose
honorablemente, bajo las formas