Ponía de relieve en esta forma la
preocupación que más lo
inquietaba: no beber, apartarse -y apartar a los
demás- de
esa maldición que tan cruelmente se le había
impuesto.
Trataba de indagar respecto a mí, con una especie de angustia
y
una cierta vergüenza intranquila, la vergüenza filial del
padre que
aborda un asunto espinoso ante su hijo. "¿O es que
tú
también bebes?", terminó por preguntarme con mucho
trabajo, aunque más
bien en un tono afirmativo. Enseguida
hizo con las manos un vivo
movimiento para indicar que no le
contestara. No dije una
palabra.
Resulta curioso que cuando le parecía descubrir
determinada
capacidad o dote en la inteligencia de alguien, Silvestre
tuviera
miedo a la venganza que tal privilegio podría tomarse
contra su
poseedor.
Juzgaba por sí mismo, por su propia experiencia y
la
terrible lucha en que estaba empeñado.
Después de aquella
pregunta el rostro de Silvestre volvió a
resplandecer con sus joviales
destellos de costumbre. "Está