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En el caso del teatro, en donde lo que se propone el creador
no es tanto una teorización sobre este segmento de la vida
que se representa en un escenario y que pone a unos
personajes "en acto", el interés del dramaturgo se sitúa por
un lado entre la acción y los personajes. En el caso que nos
ocupa, los dramaturgos van a tomar como disparadero de su
creación, la figura histórica de Revueltas para transformarlo
en personaje literario.

Como sabemos, la materia prima del personaje se halla
vinculada a la realidad, pero esto, que parece sencillo, no
es tan fácil de realizar; ya que como dice Bentley: "no nos
es fácil recrear en el teatro aunque sólo sea una fracción de
la vida, el hombre de la calle ve que la vida se halla sobre
la acera y deduce que no sería demasiado dificultoso tomar
algunos trozos como con una pala y arrojarlos sobre el
escenario. Pero ¿qué es lo que vemos sobre la acera? ¿Vemos
acaso lo que ve una cámara? ¿Pero qué clase de cámara? ¿Con
qué tipo de lentes? Sin mucho rigor calificamos de
fotográfica toda versión más o menos minuciosa". Dicho así,
la relación entre el hombre de la calle y el dramaturgo sería



 

diametralmente distinta, pues si el hombre de la calle ve de
una manera selectiva, el dramaturgo ha de echar una mirada
selectiva, intuitiva, ya que este hombre ha de acercarse a lo
contemplado a partir de un x conocimiento de la naturaleza
humana; ha de tener la capacidad de establecer la vinculación
entre los hombres que habitan este mundo contemplado; ha de
conocer el alcance de sus pulsiones y, de alguna manera, ha
de tener un vínculo de identificación entre el mundo
contemplado y el mundo que él transforma en materia no sólo
literaria, sino de representación. No olvidemos que la vida
es una ficción por partida doble: "no vemos tanto a los demás
como a aquellos a quienes sustituyen, no nos vemos tanto a
nosotros mismos como a otros con quienes nos identificamos".

De alguna manera el creador hace sufrir una torsión, una
doble vuelta de tuerca a la realidad para crear un universo
de ficción en el que las pasiones que habitan a los
personajes, ese río subterráneo de sentimientos y deseos, van
a ser puestos en evidencia, reacomodándolos, organizándolos y
dándoles un sentido en la acción teatral. Cuando un
dramaturgo, como sucede igualmente con el novelista, se acota

 
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