vez sólo él escucha. Se acurruca en un rincón a la intemperie
y oímos su voz que dice:
"Diez años. Diez años más para hacer lo que me falta".
Se duerme, exhausto. Una sonrisa asoma a su rostro cuando
empieza a escucharse un fragmento de
Sensemayá.
El día empieza a rayar en el horizonte citadino. La música
prosigue sobre los créditos finales. En el caso del
Silencio
de las sirenas, la autora, de entrada, juega con nosotros y
rompe el preconstruido "canto" de las sirenas por "silencio".
La obra está construida como pieza trágica en un acto
subdividido en una serie de cantos. La línea narrativa se
construye, otra vez, en el momento de la muerte, en el que
Silvestre o el creador está sumido en un delirio agónico, y
el deslinde entre la realidad y el sueño no se establece.
El personaje sostiene una lucha contra la muerte, no tanto
por el deseo de vivir en sí, sino por lo que la vida puede
darle como posibilidad de la realización de su obra. La lucha